miércoles, 4 de julio de 2012

Aguántate hasta llegar a la casa


Todos llegaremos a la misma conclusión soy medio escatológica. Pero no es tanto así, más bien es que paso demasiado tiempo pensando en las costumbres propias y de quienes me rodean, razón por la cual termino en temas que no son, del todo, socialmente aceptables.

Aún así, me parecen dignos de mención, por la simple y sencilla razón de que yo los pienso. Punto. A quien no le guste, como diría Larry Flynt, pues que no lo lea, que yo de cualquier forma lo escribiré.

Entonces, pensaba yo, ahora que estoy en un nuevo trabajo, con instalaciones diferentes, en lo complejo que es usar el baño. Me parece que es completamente íntimo y personal y no tanto por lo que hacemos (que todos meamos y cagamos en él, eso es un hecho) sino por el cómo. A veces creo que es el único momento en que estamos verdaderamente solos y aislados (tal vez no siempre, pero ese es el ideal) y  no nos queda de otra, o estamos en eso, o estamos en eso. Ya me desvié, decía yo que ahora, en la nueva oficina, somos 12 y sólo hay dos baños; uno de ellos para los jefes (que son 3) y el otro para todos los demás. Así las cosas, compartimos un baño 9 o 10 personas, de ambos sexos. No es que me moleste compartir el baño con hombres, ojalá. Lo que me molesta es saber que alguien más vaya a entrar al baño después de mí, que no pueda entrar y cagar según dictan mis intestinos (en tiempo y forma), porque alguien más va a entrar al baño, porque olerá los rastros de lo que hice, porque LO SABRÁ. No puedo, y lo sufro.

Completamente previsible, tiendo a estreñirme. No es una cuestión fisiológica (estoy casi segura) sino psicológica: me gusta mi baño y odio hacer en cualquier otro lugar, así que si tengo ganas pero estoy lejos del baño, apretaré el esfínter hasta provocarme una colitis. En mi trabajo pasado, y gracias a que era un edificio grande, pude hacerme la costumbre de llegar temprano a trabajar, y entrar a mis anchas al baño. Ahí no me importaban ni el ruido, ni el olor ni el tiempo, me ponía a hacer lo que tenía que hacer, y andaba feliz por la vida. Afortunadamente, desde ese momento he tenido el mejor proceso digestivo de mi vida, y estaba completamente feliz… hasta que algo pasó (porque siempre, invariablemente, algo pasa): me cambié de trabajo. Y con eso, mis hábitos intestinales. Como ya dije, aquí se comparte el baño, y no sólo eso, sino que está adentro de la oficina (no como en ciertos edificios en los que los baños están en las escaleras de servicio, o fuera de la oficina, pero dentro del edificio, obviamente), la cual es simplemente un cuartote (y las dos oficinas cerradas de los jefes) así que todo el mundo te ve entrar al baño, y te escucha, y luego entran ellos, y luego todo el mundo comparte indirectamente los procesos fisiológicos de los demás.

Es angústiate y molesto y frustrante para mí. No es que fantasee con tener mi propio baño (que tampoco soy pendeja y sé perfectamente cuál es mi lugar en el mundo laboral), pero sí me gustaría que los baños nos permitieran cierta intimidad, anonimato y decencia. Porque si yo, por ejemplo, no tuviera que apretar mi esfínter titánicamente, sonreiría más y me sentiría más feliz en el trabajo.

Pero obvio, esto no lo voy a platicar con nadie en el trabajo, así que pasaré a la historia como la mujer que se mueve todo el tiempo en la silla y tiene cara de pedo atorado… si ellos supieran, serían más empáticos conmigo, ¿o no?

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